jueves, 25 de agosto de 2016

La Experiencia de Pterocles, por Agustín Ramos


Crítica de la experiencia
¿De qué irá a servir otra experiencia electoral? Antes de tratar sobre esa detestable farsa a la que nos somete Leviatán para legitimarse, daré un rodeo por la experiencia según la entendería Sánchez Ferlosio y desde el ángulo del conocimiento bergsoniano; del significado que representa según Aldous Huxley como circunstancia para abrir caminos y evitar tropiezos, así como del eufemismo que es para Wilde eso que llamamos experiencia.
Rafael Sánchez Ferlosio dice: “Las llamadas ‘experiencias personales’ quizá sean necesarias y hasta puedan reportar en ocasiones alguna utilidad, pero es de todo punto imprudente e inadecuada la garantía que suele atribuírseles; me refiero a la autoridad casi tiránica con que se impone el que dice: ‘¡Es que esto yo lo he vivido en carne propia!’; precisamente por ser las que siempre nos afectan con placer o con dolor, tales experiencias son las más fuertemente amenazadas por distorsiones o arreglos ideológicos.”
Henri Bergson, en La risa, reivindica el concepto de experiencia en contraste con la miopía propia de la especulación. Y lo hace con una anécdota de necedad proverbial: “Se le quiso hacer ver a un filósofo contemporáneo –platica Bergson– que sus razonamientos, por demás impecables, eran contrarios a lo que demostraba la experiencia. Entonces aquel argumentador impenitente dio por terminada la discusión con esta simple frase: ‘¡La experiencia está equivocada!’”
Oscar Wilde, a su vez, había dicho que la experiencia no tenía más valor ético que el de ponerle nombre a nuestros errores, mientras que para Aldous Huxley la experiencia no es precisamente lo que nos sucede sino lo que conseguimos hacer con aquello que nos sucede.
Mi escritor mexicano de cabecera, Pterocles Arenarius, tiene un cuento llamado “La experiencia” en el que resume e ilustra la coyuntura mexicana. Un narrador bisoño asiste llevado por un agente de la judicial a una tertulia de teporochos. Al describir sus propios estados etílicos, clasifica así las etapas de la borrachera: “la fase mono, en que se procura ser muy gracioso, pelar diente gratis y ganarse unas risotadas con la mejor monería”. Luego viene la fase león, “cuando entra lo bravo y lo muy cabrón y se cree uno capaz de apagar un incendio a pedos”. Después se cae en la fase vaca, “en que se muge, se rumia y ya no puede uno consigo”. Y por último se llega a la fase cerdo, “cuando se revuelca uno entre la propia basca”. Pues bien, cuando el narrador está en la fase mono, adula a los ahí reunidos y recibe a cambio la siguiente respuesta por parte de un padrote “calmudo y autocomplaciente” que forja y rola un churro de mota:
“–Lo que pasa es que aquí llegan muchos intelectuales. Cuates muy huevones que… nos roban todo y luego se jactan de lo que no les pertenece. Y el barrio no tiene ningún beneficio. Aquí hay intelectuales del barrio, no necesitamos a los de afuera. Y tú, mi cuate… Vienes a echarnos flores gratis. Nosotros no damos nada gratis, tú lo has de saber. Tampoco lo queremos. Este barrio tiene su historia y mucha gente nos reconoce. Muchos que nunca han pisado Tepito dicen que nacieron aquí para pararse el cuello…”
Se arma entonces la discusión. No falta quien eche en cara al patriarca la vileza con que prostituye a las mujeres de su familia. Animado, el aprendiz de escritor pasa a la fase león pero ya cruzado con grifa y cuestiona al mencionado papá grande: “-¿Ha sido usted amado hasta la muerte? ¿En su vida ha hecho algo como para que lo manden matar, un acto de rebeldía muy cabrón y contra el gobierno o por lo menos ha encabezado un movimiento social? ¿Nunca ha matado a un ser humano? Algo que valga la pena.” Y así se sigue hasta sacar al interlocutor de sus casillas.
Pero hablando de casillas. ¿Qué pueden representar para lo que queda del país unas elecciones confeccionadas desde la dizque insaculación, la capacitación y el montaje de casillas con el único objetivo de torcer la voluntad ciudadana? La experiencia ética comienza con la autocrítica o no es experiencia. Y esa autocrítica que los “intelectuales” reclaman a los eternos defraudados no tiene nada que ver con la traición del chucho perredista que empezó en la guerrilla y concluyó en la complicidad del golpe de Estado llamado Pacto por México: la autocrítica significa disposición para superar errores, como se ve en el libro Con las armas de la ficción, de Patricia Cabrera y Alba Teresa Estrada (UNAM, CIICH, 2012)

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